al libro de Miguel Romero Saiz
“Las juderías de Cuenca y
Guadalajara”
Antonio Herrera Casado
Todos sabemos que
se leen pocos libros, cada vez menos. Y que de los pocos libros que se leen, el
Prólogo no se lo lee casi nadie. Pero mi amigo Miguel Romero me pide que, por favor
(y sin que sirva de precedente) le prologue este libro que a lo largo de los
últimos años ha escrito, después de haber leído mucho, investigado otro tanto,
y dádole al magín para recomponer con sentido una información lejana y
heterogénea. Y yo no dudo en complacerle. Así es que aquí va este Prólogo que
llega con el objetivo, simplemente, de abrirle la puerta al libro que acaba de
llamar a nuestras manos.
El gran sabio y
humanista Gregorio Marañón y Posadillo, llegó a escribir tantos prólogos que,
cuando años después de su muerte mi paisano Alfredo Juderías se lió a editar
las Obras Completas del médico madrileño, tuvo que reservar un tomo entero
(unas mil páginas) para recogerlos todos. Con Marañón nacía, pues, el género
prólogo como una de las vertientes contundentes y nítidas de la Literatura. A
propósito de lo cual, el maestro de sabios decía que sólo le interesaban los
prólogos como oportunidades para escribir, poco, sobre algún tema que no
dominaba. Y, en todo caso, nunca haciendo el resumen del libro, ni el
panegírico del autor, sino aportando su visión al tema. Su visión personal.
En este prólogo
persigo la idea de alentar al lector a que entre en el mundo que el libro
describe. Un mundo particular, lejano, pero aún vivo, el de los sefardíes, el
de aquellos judíos que vivieron, conforme a su religión, en la España que ellos
llamaban Sefarad, y que un día de 1492 tuvieron que abandonar, deprisa y
corriendo, a la fuerza, desperdigando sus vidas, sus haciendas, y sus familias,
por el ancho mundo. Abriendo un nuevo capítulo a la Diáspora. No voy a decir
cómo el autor cuenta eso en su libro, ni quien sea Miguel Romero , al cual ya todos
conocen, y más aún si han adquirido este libro y se disponen a leerlo.
Lo que sí quiero
decir es que el mundo sefardí está muy vivo aún, de tal manera que cuando uno
se acerca, aunque sea de refilón, a él, notará que emana un latido, un perfume
especial, una fuerza evocadora y un rito cultural que impresionan. Yo tengo una
amiga que vive en Estambul, Beki Bardabid por más señas, que aún siendo turca
de pasaporte es española por sus ancestros. Que hizo años ha una tesis doctoral
para la que algo ayudé, sobre los refranes que dicen las viejas al calor del
fuego, aquellos refranes que don Iñigo López de Mendoza, el alcarreño marqués
de Santillana, recogió en sus correrías castellanas mediado el siglo XV, y
cuando leyó los textos del marqués y los comparó (ese era el objeto de su
trabajo académico) con los refranes que se decían en su sociedad turco-sefardí,
quedó asombrada de cuanto se parecían… esa es la esencia del sefardí (de la
lengua y del sujeto) cuando uno lo conoce: es como si nos saludara un hálito
fresco de la España remota, cuajado durante siglos en un habitáculo
transparente del cielo, y nos desbordara en sonidos, en amabilidad, en
intenciones.
En este libro,
Romero entra con profundidad en la España antigua de los judíos. Se mueve como
sólo un historiador de verdad sabe hacerlo (por eso ha conseguido recientemente
el nombramiento de académico correspondiente en Cuenca
de la Real Academia de la Historia) entre papeles viejos, bibliografías,
memorias raptadas y conversaciones vivas. Después de recoger todo cuanto se
puede saber sobre las aljamas de Cuenca ,
de Guadalajara, de Maqueda (y de Huete, de Hita, de Sigüenza y de Valdeolivas),
sobre los encausados por el Santo Oficio de la Inquisición en los tribunales de
Sigüenza y Cuenca , y sobre la
increíble historia de la composición de la Biblia “de la Casa de Alba” que el
alcarreño Moisés Arragel compuso en el siglo XV por encargo de Luis de Guzmán,
el gran maestre de la Orden de Calatrava.
Y cuando ya nos ha
dejado medio ciegos con tanta luz aportada, con tanto dato acumulado sobre la
mesa, con tanto apellido caliente y tan alta cifra de sufrimientos, entra a
narrarnos una aventura personal, que se hace novelesca en algunos momentos, y
que nos muestra al autor como lo que es: un intelectual que sabe dónde va, a
qué puertas llama y qué preguntas hace. El encuentro de Romero con Elías
Canetti en su casa de Zürich, pocos años antes de que el escritor (Premio Nobel
ya, el primero concedido a un sefardí) muriera, es una página, son muchas páginas
cargadas de un clamor erudito, de una sabiduría gaya y espléndida, desbordando
juventud y ganas de infinito. Romero, que es cronista oficial de Cañete, que
fue un poco antes nacido en Cañete, que ama Cañete como nadie (de ahí sus
Alvaradas contundentes y sonoras) se encontraba con el señor Cañete (Elías
Canetti) que aun nacido en Bulgaria y errante, como todos los judíos, por los
mundos de la pena, se consideraba parte de esa Sefarad a la que los españoles
no hemos sabido cuidar porque nadie nos ha enseñado a hacerlo.
En este libro, que
es grueso pero leve, surgen tantas fuentes de las que beber que nos parece
pantanoso. El estudio de Moisés Arragel, el judío de Guadalajara, al que
califica de “hombre honesto, inteligente, culto y laborioso” se ofrece como una
mirada de profundo humanismo hacia un pasado que siempre ha dado miedo. ¿judío,
español, comentarista de la Biblia, castellano…? La voz de los sefardíes se ha
multiplicado por el mundo, siempre fuera de su Sefarad querida. Esa voz
múltiple y hermosa, que Beki Bardavid ha recogido con mimo, que Margalit
Matitihau ha puesto en sus versos dulces, que García Seror ha investigado a
través de los manuscritos de su tatarabuelo Mardochée, que Eliyá Carmona ha
buscado en viejos códices, se encuentra en este libro. Que al final -tras leer
sus capítulos varios- demustra ser de una contundente estructura pensada y
cuajada.
Como decía al
principio, y como todos constatamos a diario, los libros se leen poco, cada vez
menos. Y el esfuerzo de los autores por construirlos es apenas admirado, en
nada correspondido: una tarea titánica, la de subir al papel, cada día, miles
de palabras que al final nos vencen y nos tiran, cuesta abajo, hacia el abismo.
Siempre quedan, sin embargo, libros como este de Miguel Romero , que salvan una idea
antigua, un rumor leve de algo que casi pasó desapercibido. Tan suave todo, que
solamente nos provoca un giro mínimo del cuello hacia atrás, hacia donde nos ha
parecido oir esa música, esa noticia curiosa, esa voz que, sin embargo, se nos
mete en el alma. Como la de Margarita Monasterio cuando nos dice: “Por la
puerta yo pasí / te vide asentada / la yavedura yo bezí / como bezar la tu
kara…”
Antonio Herrera Casado
Cronista Provincial de Guadalajara
No hay comentarios:
Publicar un comentario