viernes, 27 de diciembre de 2013

MUDEJARISMO Y PRIMEROS MUDÉJARES.
Michel Muñoz García,
Arqueólogo Especialista en Restauración Arquitectónica.

El término mudéjar viene de las acepciones árabes alh ad dayn o mudayyan, cuya traducción más completa es aquel al que se le ha permitido quedarse. Se utiliza para referirse a la minoría musulmana hispana, que permaneció en su lugar de residencia tras la conquista cristiana. Entre los siglos XII al XV, conformaron grupos sociales aparte, que vienen definidos por la entidad política que los somete – reino de Castilla, Aragón. Valencia o Navarra -, la religión coránica junto a las costumbres y ritos que de ella se deriva, los oficios rurales o urbanos que desempeñan y, en menor medida, la lengua árabe. Casi todos conocían y usaban el romance, y prácticamente sólo en la región valenciana sobrevivió el uso hablado del idioma musulmán. Su abandono es síntoma del arrinconamiento progresivo que sufrieron hasta los decretos de expulsión a principios del S. XVI. Aún así, la  voz del islam en España todavía se oiría tímidamente durante cien años más, ya que los usos y labores de los mudéjares pervivirían en los moriscos convertidos, que definitivamente desterraría Felipe III en  1609.

En realidad, los musulmanes sometidos fueron conocidos simplemente como mauri (moros), ya que la denominación mudéjar en realidad se empleo más durante las centurias de 1400 y 1500. A ello sumamos la también frecuente expresión de mauri pacis (moros de paz), que los distinguía de los enemigos que se resguardaban tras las fronteras del reino de Granada; o también mauri regis (moros del rey), pues al igual que los judíos, estaban directamente bajo la protección del rey. A cambio de la misma, se les gravaba con tasas especiales.

El éxito del sustantivo mudéjar, en historiografía, tiene más connotaciones artísticas que sociales, y  se lo debemos a la  obra del arqueólogo, historiador, lingüista y literato, José Amador de los Ríos. En 1859 ingresó en la Real Academia de San Fernando con un discurso titulado  “El Estilo Mudéjar en Arquitectura”, y tal definición fue polémica desde su nacimiento. Celebrada por Menéndez Pelayo,  era según este intelectual, el único tipo de construcción peculiarmente español del que podemos envanecernos. Pero otros vieron en esta originalidad un sinónimo del casticismo español, que provocó el atraso que históricamente nos ha apartó del progreso de las principales naciones europeas. Tampoco se han ausentado, los prejuicios científicos de buena parte de la historia del arte, que identifica la arquitectura por lo estructural, y relega lo ornamental a un papel secundario. Según estos parámetros, estaríamos únicamente ante variables decorativas del arte cristiano que se refieren como románico-mudéjar y gótico-mudéjar. Afortunadamente, Borras Gualis dejó bien sentenciado su carácter, cuando llamó la atención afirmando lúcidamente, que lo decorativo también puede ser un elemento definitorio de estilo.

En parte por esto también se acuño la definición de mudejarismo, palabra que utilizó el Marques de Lozoya para referirse a las influencias  islámicas y mudéjares que se desarrollan sobre el arte europeo de la península ibérica durante la plena y baja edad media. Estas abarcaban en principio a las bellas artes, sin embargo,. la expresión es frecuente leerla en publicaciones que tratan la cerámica, mobiliario o telas, y lógicamente podemos extrapolarlas a otros aspectos culturales. No solamente hablaríamos de alfombras y cortinajes con los que adornar los interiores, pues el viajero alemán Gabriel de Telzet se sorprendío cuando vio que el rey Enrique IV de Castilla vestía como un moro al llevar un turbante en la cabeza. Otros testigos que visitan Salamanca en la primera mitad de S. XV también comentan el aspecto “morigetado” que tenían los estudiantes del tercer mayor estudio de la cristiandad.


Añadamos a esto que Alfonso XI y Pedro I el Cruel se levantaron en yeserías y azulejos mudéjares sus palacios en los reales alcázares de Sevilla, posiblemente los más lujosos de Europa durante el S. XIV. Constatemos que clérigos y rabinos preferían también la estética morisca, para buena parte de las sinagogas e iglesias, que se construyeron en Castilla y Aragón durante la baja edad media. Observemos como las técnicas del albañil, con sus encofrados de diversos materiales, levantan las murallas y el caserío urbano de las villas del centro y sur peninsular.  Y si además, podemos sospechar que la gastronomía mora también ejerció una notable influencia en la dieta hispana medieval – desgraciadamente la historia de la alimentación es de los aspectos más descuidados por el medievalismo español -, se nos dibuja un paisaje visual dominado por lo islámico o mudéjar  que impregna el modo de vida de la sociedad cristiana peninsular.

Ahora bien, los mudéjares son una minoría dedicada al campo y oficios artesanos – apenas son un 10% de la población del reino de Aragón, -, y no hay  personajes preeminentes en las altas esferas sociales como en caso de banqueros dentro del grupo social hebreo. Entonces ¿como llegaron a modelar la estética visual de los reinos castellano y aragonés?. No busquemos razones en la convivencia de tres culturas,  en realidad,  su triunfo se debe a un sentimiento colectivo que geográficamente supera los pirineos. La fascinación de occidente por las formas  y modo de vida hedonista del lujoso oriente se hizo  bien patente desde la fundación del reino cruzado de Jerusalén. Esto se tradujo en la difusión de la cerámica esmaltada en verde y morado y la importación de sedas y tejidos caros.

En el caso de los reinos hispanos, esta admiración era más vieja, pues el lujo  de unos emires, califas y reyes de taifas nunca dejó de seducir  a las gentes cristianas del norte de la península ibérica. No obstante, debemos esperar a los años finales del S. XIII para comenzar a ver los primeros síntomas de la gran expansión de la construcción y manufacturas mudéjares. Posiblemente la labor cultural de Alfonso X el Sabio y su escuela de traductores, hizo renacer el sentimiento de atracción por lo islámico. artesanos y maestros constructores mudéjares son más bien el vehículo en que se canalizó un sentimiento de admiración por lo oriental, y este fue tan intenso que la técnicas tuvieron que aprenderlas los cristianos para cubrir la demanda que generaba.

Sabemos mucho de los moros de paz durante la baja edad media, pero muy poco del papel que jugaron durante el primer siglo de existencia de la minoría mudéjar. Esta nace a raíz de las capitulaciones que pusieron Toledo en manos de Alfonso VI, que se cuido que permanecieran el mayor número posible de musulmanes en la ciudad. Les entrego 100000 dinares en compensación por los perjuicios causados por el asedio. No sabemos el número exacto de los decidieron quedarse, pero es de suponer que  el campo circundante sufrió las embestidas cristianas para aislar la antigua capital visigoda, como la posterior de los almorávides. En este contexto debemos explicarnos la  autorización de la puebla del Burgo de Sahagún, dada la gran cantidad de desplazados judíos y musulmanes que habían provocado las campañas del Tajo. Con seguridad no sería la única diáspora musulmana por el reino de castilla. Las pruebas arqueológicas empiezan a ser elocuentes.

No obstante, Los anales toledanos citan en 1104 y en 1192 mejoras en las murallas de la propia ciudad circunvalada por el río Tajo. La Torre de la Reina reproduce la tradición hispanomusulmana con sillares reaprovechados en su parte inferior y mampostería encintada en la superior. Pavón Maldonado estuvo acertado en definirla como mudéjar, aunque no tanto en su cronología. Los sondeos estratigráficos de la Puerta del Vado vienen a confirmar que durante finales del S. XI y principios del XII, hubo importantes reformas que edificaron este acceso, el de la bisagra vieja y torres como la de Reina. Ello viene a confirmar la mencionada la crónica toledana.



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