Publicado en la
revista Al-Kurras, en www.losmoriscos.es
“Peor lo sucedido a otro natural de un
lugar de La Mancha, bien principal, que por su honor pasó en silencio; porque
así como los buenos honran los Pueblos, así los malos los deshonran y manchan
con sus pecados. Éste, pues, se aficionó tan ciegamente de una Morisca de su
tierra, que no dudó desterrarse della y de toda España por gozarla. Partió con
ella junto a los moriscos desterrados y caminó con ellos a Berbería, dejando
padre, madre, parientes, hacienda y posesiones; no por Cristo como lo aconseja
el Evangelio sino por Satanás…”
Claro y conciso texto, al hilo de la
cuestión, que nos sirve de preámbulo a este ensayo de profunda Historia
Social que pretende valorar el estudio de un Romancero Morisco propio de
una minoría imbricada de lleno en esa caracterización religioso-jurídica y que,
como tal, tuvo que afrontar los graves y constantes problemas de esa pluralidad
étnico-religioso-cultural de la sociedad hispánica del medievo en uno de los
hechos más esenciales con que hay que contar para el completo estudio de
nuestra historia.
La determinación del grupo étnico, en el caso
de los moriscos se hace, en gran parte, a base de criterios religiosos.
Criterios de una índole muy particular y distintos, hasta cierto punto, de los
que sirvieron para distinguir a los mudéjares (que, en parte, fueron sus
antepasados) y a los mozárabes, que vivieron antes todavía y en una situación
inversa.
La tolerancia religiosa no es, sin embargo,
“flor” que en principio podamos considerar propia de un medio sentimental y
consuetudinario como el medieval. Estudiando la historia española, no obstante,
resulta paradójico comprobar (primera de las paradojas con que hemos de
encontrarnos a lo largo de cualquier estudio que se haga sobre el tema) que
sean los tiempos nuevos los que vengan a romper con aquel principio, imponiendo
el de la unidad religiosa –aun a fortiori- como esencial, junto con otros, de
toda unidad nacional.
Paradójico sería también, la controversia
generada en el estudio conceptual que los propios textos literarios, tanto los
políticos y religiosos como los propiamente lingüísticos nos aportan, donde el
contrasentido siempre lo definió el particular modo de visión que de esa
minoría, igual que de otras, se tenía. Abundan –en efecto- aquellos textos que
hacen clara referencia a los usos y costumbres de los moriscos, acerca de los
cuales corrían multitud de chascarrillos. “En muchos casos se roza la
villanía, porque cuando se trata sobre ellos, todos los desprecios son pocos,
haciéndose hincapié en su incultura, en lo “bajo” de los oficios a que se
dedicaban y en su brutalidad o rusticidad que daban lugar a muchos chascarrillos
en los que, sobre todo, se hacía ver ésta por su falta de fe cristiana y los
modos de demostrarla” (Esteban de Garibay).
Pero cierto es, que el problema morisco tan
enraizado en la cultura cristiana del momento, albergó su propia identidad
cultural que, bien estudiada, enriqueció el panorama literario del Romancero
castellano. De ahí ese contrasentido elevado al hilo de la paradoja por cuanto
una minoría que hablaba en “algarabía” y se expresaba en “aljamía” pudo ofrecer
esa singularidad especial de un Romance morisco, aceptado y admitido en el
contenido cultural de siglos posteriores con ese profundo personalismo que le
definiera.
El saber algarabía era, pues, un signo
de pureza de estirpe confiándose más en aquel que lo hablaba:
…hablóme
en algarabía
como aquel que bien lo sabe.
“Pues saber hablar en árabe ofendía al
cristiano viejo, de neta habla castellana pero de poca cultura y, no solo por
hablar en ella se distinguía al morisco, sino también hablando aljamía,
es decir, una lengua romance por la que se percibía su acento y pronunciación
espaciales”.
Lope de Vega lo hace notar en varias
ocasiones:
Morisco
me ha parecido
y
aun en el habla también.
Él
tiene de moro el gesto
y
aún lo parece al hablar.
Si
supiera algarabía
hablara
a vuesa merced.
Y ello, me lleva a entender que esta minoría,
la morisca y su interrelación, es uno de los hechos más atractivos y, sin duda,
crucial para entender la vida, la sociedad, la religiosidad, la economía y la
cultura española del siglo XVI e incluso, parte del XVII. Un grupo marginado,
tanto étnica como culturalmente, es un instrumento idóneo para la comprensión
determinada en un espacio y un tiempo concretos. Si a esto añadimos que esta
minoría fuese objeto de una peculiar visión literaria dentro del romancero
castellano y, por ende, español, queda claro el porqué de un ensayo que aborde
con sutileza y rigor este contenido.
La caracterización religioso-jurídica que nos
dan teólogos y magistrados, los mismos procesos inquisitoriales y los censos,
se unen a un intento sistemático de caracterización literaria, debido a hombres
de categoría muy distinta: desde autores de muy poca valía a hombres como
Cervantes o Lope de Vega. Esta caracterización tendrá facetas muy varias e irán
desde lo terrorífico y diabólico a lo burlesco, pasando por lo que puede
considerarse como objetivo descriptivo, mejor o peor observado. Ahí está gran
parte del enfoque de este trabajo y, sobre todo, la particularidad personalista
que generará el trato literario dentro del Romancero, género popular y
costumbrista de nuestra España medieval y moderna.
EL ROMANCERO MORISCO DENTRO DE LA LITERATURA.
“Quién juzga lo que no
entiende,
claro está que juzga mal”
1.1. La Literatura de los
Mudéjares de Castilla en este periodo.
Antes del reinado del conquistador de Toledo, Alfonso VI, no encontramos
trabajos literarios entre los árabes sometidos como consecuencia de su
significación social bajo los cristianos. Sin embargo, en la propia corte
toledana se conservaba una fuerte tradición de literatura aljamiada donde la
lengua latina alternaba con el idioma arábigo, usado también por los propios
cristianos en sellos y cifras. Entre los grandes escritores árabes del momento
destaca el gran poeta e historiador de Guadalajara, Al-Hixari, el cual escribió
gran parte de su obra encontrándose cautivo entre los propios cristianos, así
como el toledano Al-Sanri quien, con antelación al año 1077, ya iniciara su
prolífica obra literaria.
La existencia de una escuela toledana de alta
producción literaria durante el siglo IX queda perfectamente constatada en los
documentos de época, así como la asimilación de la misma en los reinados de
Alfonso VI, Fernando y de su propio hijo, manteniendo de esa
manera la cultura literaria entre los mudéjares de Uclés, Guadalajara, Talavera
y otros lugares del reino.
Cuando se produce la conquista es
difícil conocer qué escritores árabes se
van a incorporar a la sociedad castellana y quiénes decidirán emigrar a
Extremadura y Andalucía.
A los dos grandes escritores citados
anteriormente, deberíamos añadir el escritor Al-Togibi, afincado en Uclés, cuya
obra “Comentario á la Llama”
sirvió para muchos correligionarios como el libro de meditación por excelencia.
La llegada al trono de Alfonso VII potenció,
si cabe, el desarrollo literario de los mudéjares castellanos. En virtud de su
tolerancia florece en Guadalajara el ilustre literato ben Muhammad conocido por
“el Gramático”, así como también el escritor de viajes Al.Guachah Nafij.
No deja de llamar la atención en la
literatura arábigo-mudéjar de esta época la importancia creciente de los
maestros hebreos como depositarios de la ciencia árabe, importancia que sube de
punto en la segunda escuela toledana.
1.2. Los manuscritos aljamiados.
La esperanza para los mudéjares, una vez
reconquistadas los territorios, de librarse de sus señores cristianos, se
desvaneció con la conquista de Granada en 1492; y, al no tolerarlos la Inquisición a no ser
que se convirtiesen al catolicismo, muchos de ellos se vieron forzados a ceder,
mientras que otros lo fingieron aunque secretamente siguieran siendo
musulmanes. Estos eran los llamados moriscos. Al ser despreciados y objeto de
sospechas, se les prohibió hablar árabe en público, practicar su religión y
conservar sus costumbres. Bajo estas condiciones, los moriscos y mudéjares
escribieron una literatura aljamiada en la lengua que mejor conocían, un
dialecto del español, empleando temas islámicos concernientes a la religión y a
los hechos históricos de sus antepasados. Esta literatura fue probablemente
escrita por eruditos religiosos y maestros con objeto de conservar vivas las
grandes tradiciones islámicas.
El vocablo español aljamiado o aljamía es una
corrupción del árabe achamiyyah (extranjero) y, en general, la expresión árabe
acham y su derivado achamiyyah se aplicaban a las gentes cuya ascendencia no
era árabe. En su actual connotación, aljamiado es la literatura escrita por los
moriscos en sus propios dialectos españoles –castellano, gallego, catalán,
aragonés, portugués y demás- empleando caracteres arábigos. La literatura
aljamiada representa un fenómeno interesante. Escrita durante la mayor parte de
los siglos XV y XVI, cuando la cultura arábiga ya declinaba y los musulmanes de
la península ibérica eran objeto de toda suerte de restricciones y
persecuciones, la literatura aljamiada fue escrita por fieles devotos del Islam
que deseaban preservar su herencia espiritual y transmitirla a aquellos que
habían olvidado la lengua árabe.
La literatura aljamiada brinda gran cantidad
de posibilidades tanto al arabista como al hispanista. El primero hallará en
ella no solo la escritura arábiga, sino también temas árabes impregnados de
pensamiento y creencia islámicos; y el segundo constatará que el lenguaje de
los moriscos era el romance, que contiene datos valiosos para conocer la
fonética, la sintaxis y la morfología del español antiguo o cualquier dialecto
del mismo.
No sabemos a ciencia cierta cuando empezaron
a emplearse los caracteres árabes para escribir en romance. Quizás fue ya en el
siglo XI entre los mozárabes y los judíos que, al igual que los persas y
después los turcos, afganos e indios musulmanes, los usaron para escribir en
sus propias lenguas. Pero para los moriscos, los caracteres arábigos estaban
quizás asociados al Islam y el glorioso pasado árabe, siendo, por lo tanto,
sagrados para ellos.
Los textos aljamiados tienen arcaísmos,
expresiones locales, variaciones locales y dialectales y una serie de arabismos
léxicos y sintácticos; traducciones literales de frases hechas árabes,
expresiones árabes; un profuso empleo de la conjunción waw = por qué.
En cuanto a mantener la utilización pura,
tanto del árabe como del romance, hay ejemplos frecuentes de dialectación del
árabe o bien como dice Buzinet: “las características fonéticas árabes en
nuestros manuscritos a veces marcan la etapa intermedia de la evolución desde
el árabe clásico al árabe vulgar de Marruecos como en el caso de la vocal de
disyunción en la posición cvcc – cvcvc.”
Otras veces los resultados registrados en
nuestros documentos, aún vigentes en Marruecos, ya nos permiten comprobar la
pérdida del alargamiento del árabe clásico, la menor fuerza de la imala, el
paso de a – o, la confusión de la pareja d – z, su desenfatización en d, d, su
ensordecimiento en t – t, paso de h a h, de ag, de ah, pérdida de la h final
del femenino, etc., y que muestran la estrecha relación entre estos textos
aljamiados y los principales núcleos que acogieron a moriscos como Rabat, Salé,
Tetuán, Tánger, etc.
Se puede argumentar que el empleo de los
caracteres árabes para escribir en un dialecto español no solamente tenía el
propósito de educar a los jóvenes en la religión y las costumbres de sus
antepasados, sino que al mismo tiempo ayudaba a salvar los múltiples obstáculos
de un entorno hostil; ya que, a pesar de las grandes limitaciones de que eran
objeto, los moriscos continuaron interesándose por los temas islámicos,
empleando los caracteres árabes como símbolo de su identidad.
Cuando se descubrió en Almonacid de la Sierra
(Albacete) toda una biblioteca morisca permitió conocer un tipo de literatura
singular. La costumbre de escribir en aljamiado comenzó mucho antes de la toma
de Granada y tomarían el relevo de los manuscritos en árabe al faltar
conocimientos suficientes de la propia lengua por parte de los alfaquíes
(incluso los moriscos de las regiones en las que todavía se hablaba árabe en el
siglo XVI, eran incapaces de comprender los textos escritos en árabe
literario).
Pero, ¿por qué conservar los caracteres
árabes? Podría verse en ello un reflejo de defensa frente al proselitismo
cristiano; por deseo de disimulo, quizá, y sobre todo por necesidad de
conservar, al menos, la caligrafía del texto sagrado, último vestigio de la
cultura islámica. En efecto, si la instrucción religiosa de los moriscos no fue
emprendida sistemáticamente hasta el siglo XVI, el deseo de convertir fue muy
vivo desde el comienzo de la reconquista. Uno de los más antiguos documentos
conocidos a este respecto es una respuesta –muy condescendiente- enviada hacia
1078 a un “monje de Francia” sin duda cluniacense, repuesta provocada por dos
cartas cristianas misioneras.
Por otra parte las controversias religiosas
conducidas por iniciativa cristiana con el fin de convertir a judíos o
musulmanes fueron manifestaciones normales en la España medieval.
Aunque es difícil encontrar la fuente directa
de estos textos aljamiados hay que reconocer que son estrechamente tributarios
de las obras árabes tradicionales del mismo género; por lo tanto, no es en la
originalidad donde radicará el interés de su estudio, sino más bien en el
descubrimiento de normas de pensamiento habituales de los moriscos. Las
leyendas y los devocionarios junto con los textos jurídicos integran lo
esencial de la literatura aljamiada; los manuscritos de polémica son poco
numerosos. Por otra parte, casi todos se encuentran en muy mal estado y se
reducen a algunas páginas de lectura difícil.
El ejemplo más típico de esta literatura
aljamiada será un manuscrito escrito por Juan Alonso Aragonés, morisco aragonés
que, residía en Túnez en el momento de la expulsión pero que antes había vivido
mucho tiempo en Toledo, ciudad donde conoció perfectamente la convivencia
cristiano- morisca y su complejidad, desarrollando allí gran parte de su
“Romance poético”.
Este largo escrito es un testimonio
suplementario de la gran cultura del autor, cultura profana y clásica en primer
lugar cuando se dirige a España, acusando a los cristianos y la cultura
religiosa en segundo lugar, al demostrar su perfecto conocimiento de la Biblia.
Cuerno maldito español
pestífero como cerbero
que estas con tres cabezas
e la puerta del ynfierno.
Por diecisiete lugares
de buestro mesmo evangelio
probaremos claramente
siendo necesario azerlo.
Podríamos ver cómo este autor conoce
perfectamente la obra de Cipriano de Valera del que tomará imágenes y recursos
estilísticos, por ejemplo, cuando habla de la misa:
Es al fin compusizión
que costa de más enredo
que las viejas esclavinas
de miserables romeros.
No hay duda de que en este romance el tono de
la polémica que guiará la literatura morisca aljamiada se acentuará en esas
frases virulentas, sobre todo, cuando escribe ya fuera de España y acelera su
ataque dando curso libre a la diatriba:
Otros de mi patria amada
y sabios respondieron
ansí por lengua latina
como por romance y berso.
No pudiste responder
a las quistiones que yziron
y quereys conmigo agora
también probar los azeros.
Por tanto, y a modo de conclusión podríamos
decir que la mayor parte de los manuscritos aljamiados, árabes o españoles, son
del siglo XVI y nos describen un cuadro de cultura religiosa de los moriscos
viviendo en la médula de la sociedad cristiana.
Para un buen estudio de estos manuscritos
habría que enfocarlo desde la doble perspectiva que confirma el ideal
lingüístico del árabe como expresión adecuada del pensamiento religioso
musulmán y la realidad del castellano, teñido de mayor o menor dialectal, en el
que diariamente se comunicaban los propios moriscos castellanos y aragoneses,
como resultado de varios siglos de convivencia entre aquellos que sólo, quizá,
las creencias hicieran diferenciar.
El castellano será la lengua en la que serán
traducidos y redactados, pero lo curioso es que al ir dirigidos a grupos
sociales árabes de raíz pero que casi habían olvidado su propia lengua, era
necesario traducirles o explicarles determinados arabismos léxicos para que
pudieran entenderlos.
Nos podríamos entonces preguntar, ¿porqué el
uso del árabe, muchas veces riguroso, en estos textos aljamiados?
La respuesta vendría determinada en que el
contenido que quieren expresar, meramente religioso, tiene ese fuerte carácter
espiritual que superaba a las razones lingüísticas (el Corán y su liturgia)
Otra característica diferenciadora sería el
uso de términos o fórmulas que dan un matiz especial al contenido espiritual y
referencial y que suelen hacerse comunes.
En los textos aljamiados vamos a encontrar un
número importante de voces de aparición frecuente, comunes a todos los textos
inclusive los menos arabizantes cuya fonética está adaptada al romance y están
integrados gramaticalmente en él.
Son términos pertenecientes a la lengua común
cotidiana de los propios moriscos. Aunque etimológicamente sean de origen
árabe, estos vocablos fueron absorbidos por el castellano y semánticamente
estructurados.
Es posible que los moriscos españoles
estuvieran dotados de un habla casi jergal pero que a veces reprimirían al
relacionarse con otros miembros de la comunidad para evitar así ser
descubiertos en su práctica clara del Islam y ser objeto de denuncias
inquisitoriales.
Al revés, en esa influencia del romance
castellano al árabe, en los aljamiados va a depender de la región en la que se
desarrolle, por ejemplo el yeísmo, o el timbre cinceante de la z española, la
sorda c-z, etc.
Por lo tanto y, en cierto modo, la lengua de
los manuscritos aljamiados presenta algunos rasgos comunes que la aproximan a
la categoría de lengua especial.
Su característica de lengua unilateral
utilizada solo internamente en el comunidad, y no nacer de la necesidad sentida
de sus individuos para hablar como era el castellano que bien lo utilizaban
para comunicarse oralmente y habitualmente, le determina el que su uso fuese
muy exclusivo y es posible hasta que no lo hablasen nunca.
No es, por tanto, una lengua de jerga común
como hemos dicho anteriormente, porque solamente está adscrita a un grupo
marginado, los moriscos, y eran obras clandestinas que, por su carácter
islámico, no trascendían al resto de la sociedad.
Podríamos para finalizar este apartado hacer
dos observaciones. En primer lugar la polémica implícita en estos manuscritos
aljamiados, a pesar de su aspecto intelectual,
se nos presenta como un género de carácter popular; estos manuscritos
están destinados al pueblo; los autores que suelen guardar el anonimato en la
mayor parte de los casos, no son muy numerosos y tampoco dudan en copiarse los
unos a los otros. Se busca ante todo, la eficacia, sin preocuparse por la
originalidad. El caso comentado de Juan Alonso es uno de los más interesantes
ya que nos confirma que ser morisco es un hecho religioso puesto que, de origen
cristiano, es morisco por su conversión.
Además, la presentación de los manuscritos de
polémica, nos ofrece en segundo lugar una síntesis de lo que fue la historia de
esta minoría. Si los manuscritos aljamiados son el signo de una degradación
cultural, los escritos en castellano testimonian una cierta asimilación.
Después de la expulsión los autores van a volver a sumergirse en la cultura
islámica; comenzarán por traducir al español las obras árabes y luego, según
aumenta el conocimiento del árabe, escribirán directamente en la lengua del
Corán.
1.3. Origen y
desarrollo del Romancero Morisco.
Está claro que la guerra de las Alpujarras
granadinas, larga y difícil en esencia, fomentó el género del llamado Romance
fronterizo donde la equiparación de moros y cristianos ocupaba la parte central
del mismo, presentando en gran parte cada uno de los sucesos que allí se
describían desde la perspectiva árabe y la idealización del vencido.
Este Romancero fronterizo se basaba en hechos
reales o en su noticia, presentando animados cuadros de un proceso con un
desarrollo rápido de las acciones que resumen sucesos históricos, pasando a un
papel secundario el hecho amoroso como tal.
El Romancero morisco tiene su origen en este
Romancero fronterizo, concretamente en su desarrollo a través de la tradición
oral y escrita, la cual amplia y rehace ciertos rasgos tales como las
enumeraciones y elementos descriptivos que se convertirán en un motivo central
de los propios romances moriscos. Sin embargo, a pesar de tener numerosas
coincidencias que podremos ir analizando, tanto uno como otro, responden a
estímulos y tendencias artísticas diferentes.
Los
romances moriscos serán obra de la generación de 1580, formada por siete
principales romancistas, cinco castellanos y dos andaluces. El hecho singular
de una mayoría de escritores castellanos, cuando la mayor parte del desarrollo
del romancero se lleva a cabo en Granada y su extenso reino nazarí, fortalece
todavía más la teoría de que esta modalidad morisca tendrá una mayor aplicación
en el castellano que admira y valora la belleza de aquel lugar desde su visión
exterior y su puesta en práctica al tratar los innumerables aspectos de
convivencia entre ese cristiano viejo y ese nuevo. Lo hace, dentro de un
espacio al principio hostil y poco conocido como puede ser, La Mancha
castellana, al que tiene que adaptarse por obligación como morisco expulsado de
Granada (rebelión de las Alpujarras) y su posterior afianzamiento en la
sociedad del momento. (Entre los castellanos, Lope, Cervantes, Juan Bautista de
Vivar y Vargas Manrique)
Entre
estos impulsores del género morisco dentro del romance, destacan Lópe de Vega,
un castellano y Luis de Góngora, un andaluz, a pesar de que su actitud ante la
temática sea radicalmente opuesta.
Vida
y literatura confluirán en los romances moriscos. Son “poemas en clave que no
podemos descifrar” en cuanto que aluden a la vida sentimental de sus autores.
El disfraz morisco encubre los pensamientos de los amantes. Sería
imposible dilucidar si la enorme cantidad de romances que se
publicaron como anónimos en los Romanceros se basaban en hechos reales.
El Romancero morisco va a
tener un carácter noticiero, ocupándose de sucesos conocidos y de actualidad en
una ocasión determinada y prontamente olvidados en la complejidad de los
sucesos de una corte. Así, divulgan chismes sociales o enredos de los cenáculos
literarios y peripecias amorosas como las de Lope de Vega.
Está
claro que este género morisco se va a poner de moda gracias a la pluma de Lope.
Sus primeros romances narran las
aventuras de Gazul.
Por
su parte, Góngora, escribiría muchos menos romances moriscos que Lope y, sin
embargo destacarán por las innovaciones que introduce, tal como ese influjo
barroco visible en la fusión de opósitos, en la riqueza y en la novedad
de los tropos, por medio de los cuales logrará la expresión condensada.
La
actitud de Góngora, desde el punto de vista estético, frente a la renovación
del género romanceril era distinta de la de Lope y, podríamos añadir, de
mayor envergadura. Góngora ampliará los temas del Romancero, basándose en la
realidad histórica de los propios moriscos contemporáneos, en su experiencia
personal y en esas otras formas de poesía culta que determinarían el
ennoblecimiento del género y el enriquecimiento de sus medios estilísticos.
Encontramos,
por tanto, una fuerte rivalidad entre este poeta andaluz que no veía con buenos
ojos esa artificiosidad y manierismo aplicado por los castellanos en esa visión
de Granada y que le enfrentaba al propio Lope cuando éste vertía en sus poemas
su biografía sentimental, todo ello bajo un disfraz morisco.
Esa
expresión condensada de Góngora que logra mediante la metonimia:
Entre
el cuchillo y la cuna
interpuso
Bahamet
la
parte del capellar
que
le bastó a defender.
En
su duro enfrentamiento a Lope de Vega, Góngora hace un esfuerzo denodado que le
hace merecedor de un elevado concepto literario en su tratamiento del género.
Hasta tal punto que en su actitud se observa una crítica seria de lo morisco y
nos da una visión burlesca en sus romances satíricos. Por ejemplo cuando dice
“ensílleme el asno rucio” queriendo parodiar a su enemigo literario cuando
decía, “ensílleme el potro rucio”. En el romance de Góngora el carácter
burlesco satiriza todos y cada uno de los motivos que componen el argumento del
romance de Lope, y que pertenecen a la tradición morisca. El resultado es una
caricatura del asunto lopesco.
La localización geográfica del Romancero morisco
nos viene dada por las prácticas bélicas y la rica indumentaria. Los romances
moriscos, como la llamada literatura fronteriza, desarrollan sus historias en
el mismo marco geográfico y temporal: la ciudad de Granada y su reino.
No
hay duda de que la belleza que desplegaba la ciudad de Granada era el caldo de
cultivo más apropiado para su desarrollo al cantar las excelencias de la propia
ciudad y las costumbres y hábitos del caballero moro y sus relaciones amorosas.
La
belleza de aquel lugar fue por todos los que la vieron un punto de inflexión y
coincidencia, pues hasta el mismo Juan II y su éxtasis ante las bellezas que
observaba y que despertarían su codicia como la del Gran Condestable de
Castilla, el cañetero Álvaro de Luna, cuando en una de sus entradas pudo
contemplar la ciudad que, desde la lejanía, “le deslumbraba por su belleza”,
haciéndole desear su conquista en el año 1431.
Lope,
en sus romances moriscos que describen sus peripecias amorosas exalta la ciudad
granadina aun antes de haberla visitado, a partir de la tradición poética que
sobre este tema ofrecía el propio Romancero:
...y
en llegando a un claro arroyo
vuelve
airada la cabeza,
y
a la inexpugnable Alambra
dice
Muza con soberbia.
Pero
habrá otras ciudades como elementos de ubicación geográfica dentro del género
morisco. Está claro que las que aparezcan serán lugares con una fuerte
significación emotiva en la que los héroes las contemplan, nostálgicamente
desde la lejanía, o por ser lugares que van a formar parte de su nuevo
destierro. Así, desde la distancia, las ciudades resultarán exaltadas cuando
los héroes siguen con la mirada los edificios, familiares para ellos, que
componen la ciudad de la que se alejan.
En
otros momentos, las ciudades constituyen el escenario guerrero donde se
enfrentan moros y cristianos; incluso los ríos estarán dotados de alto
significado de carácter emotivo y sus riberas constituirán el escenario donde
héroes enamorados y no correspondidos pasean sus desdichas.
Esto
nos lleva a nuestra ciudad más castellana, Toledo y el río Tajo. Ésta
localización será la más frecuente después de la bella Granada dentro del
Romancero morisco. En esta ciudad castellana, maravilla monumental, se
celebraban los juegos de cañas que describiremos adelante, “ocho a ocho y diez
a diez” y “Azarque, bizarro moro” (Fuentes II y IX); Toledo aparecerá exaltada
a través de los ojos de Jarife que la contempla desde la Vega en ese romance de
“en la Vega está el Jarife” admirando a su Alcázar. Los moros desamados se
acercan al río para desahogar sus penas, como Abenamar que, desde las riberas
del Tajo, lanza sus quejas a la Vega toledana o, tal vez, Aliatar, que se
destierra voluntariamente a un monte cerca del propio río.
Otras
ciudades de nuestra Mancha también ocuparán espacio en esta primera etapa del
Romancero morisco, etapa que marca la singularidad de su definición y
concreción. Lugares fronterizos o espacios geográficos que determinaron
enfrentamientos armados entre moros y cristianos, después compleja convivencia
entre los convertidos de moro y los cristianos viejos, sirviendo de hogar de
amores y desamores. Así es el caso de Molina de Aragón donde sus calles,
murallas y aljamas sirvieron de hogar de numerosas hazañas amorosas que en
venganzas y deshonores libraron familias entre sí. En Molina hay dos claras
referencias dentro de las Fuentes del Romancero, “Batiéndole las hijadas”
(Fuentes IV) y “El alcalde de Molina” (Fuentes IV).
La
proximidad toledana marcaba la influencia en historias comprometidas. La villa
de Ocaña, tan histórica como su caballero, era foco de atención para el género
morisco. En este lugar, se encontraba el desterrado Azarque, “Azarque vive en
Ocaña” (Fuentes II), sirviendo después de paso para su marcha hacia Toledo y
allí celebrar sus zambras y juegos de cañas cuando el romancista anónimo de
“Toquen aprisa a rebato” alude al adorno de calles y a la presencia de las
damas en los balcones,
Cuélguense
todas las calles
de
brocados, varias sedas,
no
quepan en los balcones
damas,
que salgan bellas.
1.4. La temática. El amor y su
sentimiento entre el baile y la indumentaria.
Las diferencias existentes entre el fronterizo
y el morisco han permitido poder hacer
una perfecta calificación de uno y otro, y a su vez, poder hablar con total
entidad de un género, específicamente morisco, dentro del Romancero General.
Entre estas diferencias, la temática y su personalismo en aspectos muy
característicos de su cultura nos ayudan a mantener esa clasificación, por otro
lado, muy significativa.
Hay, sin duda, un claro objetivo que define a
uno y al otro. Mientras en el fronterizo, el objetivo era avivar el espíritu de
la Reconquista; en el morisco, el objetivo era narrar una serie de historias,
con base real o sin ella, sobre el mundo sentimental de sus autores,
transpuesto a los personajes. Es, por tanto, éste último, una narración
puramente lírica que se dedica a describir fiestas y a enumerar los elementos
que componen la indumentaria de los propios personajes, en gran parte con
terminología árabe.
Por ejemplo, uno de los bailes más comunes y
centro de relato romanceado era la zambra, citada en párrafos anteriores, la
cual aparecerá muy repetida en el Romancero morisco.
Este baile cuyo término significa
“instrumentos musicales” se documenta por primera vez en 1586 con Luis de
Góngora. Es un baile muy singular que representa una característica del mundo
morisco y de la vida cortesana granadina. Cuando se exalta a los caballeros
moros como cortesanos, se pone de relieve su habilidad para bailar la zambra.
Por eso, cuando empiezan a aparecer los romances satíricos de lo morisco, sus
autores piden la prohibición de estos bailes en tanto en cuanto son elementos
del mundo morisco. Aquí tenemos un claro ejemplo de cómo este tema, al realzar
el papel cortesano del moro, es habitual en numerosos romances de este género:
Después de tantos trofeos
que me dio la bella Zara
haciéndome mil favores
en los juegos y en las zambras.
(vv.13-16, 254v., Fuentes VI)
Este baile es un lugar de encuentro de los
enamorados. Los caballeros acudían a estos bailes para poder ver a sus amadas y
pretenderlas. Ellas, a su vez, también lo aprovechaban para ofrecer sus
favores. Constituye este baile una expresión de alegría y placer o en algunos
casos, sirviendo como telón de fondo sobre el que se desarrollan las anécdotas
narradas en muchos romances.
Muy comunes fueron los encuentros de moriscos
en lugares de la Mancha toledana muy dados al baile costumbrista que por allí
era tradicional. Se documenta como en el Toboso o Quintanar de la Orden, “se
celebraban las bodas con mucho estruendo entre los reunidos y constantes
bailes, sobre todo la zambra que se hacía entre hombres y mujeres.”
El autor del romance morisco basa su realidad
en ese fluir de la vida hacia la literatura y de la literatura para condicionar
la vida. Aquí tendríamos el claro ejemplo de Lope de Vega, cuya vida es el
máximo exponente de esta relación entre vida y literatura. Relación que aviva
aspectos propios dentro de ese marco social en el que se desenvuelve y en el
que la literatura debe constituir el eje fundamental de su contenido.
Por ejemplo, aquí el tema amoroso, del que
hablaremos más adelante, sí será fundamental en muchos de ellos, pues en el
romance morisco los sentimientos de tipo emotivo, amoroso y cortesano de los
personajes forman ejes centrales de la trama ayudados de otros elementos
anecdóticos inventados y a veces, construyendo sobre ellos prolijas
descripciones imaginarias. En muchos casos, hay una amplia gama sentimental:
amores no correspondidos, celos, desdenes, favores, celestineo, etc.
Uno de los hechos curiosos dentro del
análisis realizado sobre los intereses del romance morisco, está en el traje.
Aparecerá una moda dentro de la sociedad cristiana de vestir a lo moro cuando
el morisco tiene ciertas dificultades en mantener su propia vestimenta en cada
lugar de residencia.
Por otro lado, el romance morisco nacerá
siguiendo una moda cristiana de vestirse y comportarse, en fiestas y torneos, a
lo moro. Destaca de esta manera por una rica ornamentación que supone la
exacerbación de algunos motivos que ya apuntaban en los romances del siglo XV.
Podríamos analizar antes cómo hay ciertas
discrepancias en el tema de los trajes cuando algunos moriscos como el caso de
Núñez Muley afirman que: “nuestro hábito, sobre todo en el caso de las
mujeres, no es de moros; es traje de provincia como en Castilla y La Mancha
cuando se usa para diferenciarse las gentes en tocados, en sayas y en calzados:
Porque el hábito y el traje y calzado no se puede decir de moros, ni es de
moros.” Esta afirmación es un contrasentido en la costumbre que algunos
cristianos adoptaran al vestirse al estilo moro en fiestas y celebraciones, y
que aparecerá como tema de romances.
Sin embargo, está claro que estos comentarios
que daba el viejo letrado morisco, Núñez Muley, no convencían porque estaba
claro entre sus usos y costumbres cómo la vestimenta ocupaba un lugar especial
y así lo hacían ver cuando podían. Mármol nos dice cómo, cuando se casaban los
moriscos, llevaban a las novias a la iglesia, vestidas a la cristiana (mejor
dicho: vestidas de cristianas) por imposición de los curas, mientras que luego
en la casa, las desnudaban, las vestían de moras y “hacían sus bodas a la
morisca” con instrumentos y manjares de moros. Es decir, que entre el
sacramento de la Iglesia y el traje de cristiana vieja o española en general
del siglo XVI se establece, tácitamente, un nexo igual al que se establece
entre el rito moro matrimonial y ciertos vestidos, bailes y comidas.
Para el hombre común, más si cabe aún para la
mujer, tan sintomático era llevar una forma de collar o anillo, como creer en
la eficacia de una oración. Así se hacía en lugares como Ocaña de Toledo y
Cañete en Cuenca, “cuando la hija de un tal Ventayre, morisco llegado de
Granada, casóse con un tal Diego de Moya, hijo de labrador acomodado y vecino
de las Tierras de Moya.”
Habría que hacer, sin duda, algunos comentarios
necesarios en cuanto a las costumbres se refiere. Es lógico pensar que la mujer
dentro del mundo musulmán ocupa un espacio reducido que en estos casos, obliga
a un ensalzamiento provocado por el objetivo buscado en esos romances de género
morisco.
A pesar de la conversión, la familia morisca
tenía claramente definida su estructura y bien delimitados los roles de cada
elemento de la misma. A pesar de las exigencias de la conversión, en algunos
casos asumieron esa condición y en otros muchos, dentro de las familias que
habían decidido tomar falsas posturas salieron, generación tras generación,
individuos que se rebelaron contra ellas, de suerte que, pese a todos los
encubrimientos, puede decirse que durante los sesenta años y pico que los moros
granadinos vivieron en su tierra con el carácter de “moriscos” disimuladores,
las viejas instituciones, usos y costumbres los dominaron con fuerza, aunque
tal vez empobrecidas en su calidad y dignidad.
En La Mancha, después de las Alpujarras, las
familias tuvieron una mayor dificultad para mantener sus usos y costumbres
coránicas y en muchos casos, fueron tremendamente advertidos de sus
infracciones. Sin embargo, los moriscos que conservaban una celosa memoria de
sus linajes y genealogías, seguían en todo la organización patriarcal islámica
y honraban grandemente a los ancianos, teniendo los padres atribuciones
omnímodas sobre sus descendiente.
No era raro, incluso en muchos pueblos de La
Mancha que, los moriscos pobres vendieran como esclavos a sus hijos e hijas en
caso de apuro, y las mujeres, fuera del hogar, significaban muy poco. (“En
las solemnidades y fiestas mayores se congregaban, sin embargo, toda la
parentela, incluso las mujeres, que se colocaban de modo prescrito por el uso,
en último lugar.”)
Cierto es, que la mujer medieval siempre
estuvo marginada por la legislación medieval y obligada a reconocer la
preeminencia del varón, realidad incluso que ha pervivido hasta nuestros días
en numerosos aspectos, por ejemplo en la sucesión de títulos nobiliarios,
incluyendo la Corona de España, a la que sólo “puede acceder la mujer si no hay
heredero varón”.
Tal es así, que no era de extrañar que el
nacimiento de una mujer en la sociedad cristiana medieval no fuera bien
recibido o, al menos, no causase la misma alegría que el nacimiento de un
varón. Así lo expresa claramente el refranero cuando en algunos casos admiten a
las hijas porque podían ser útiles como ayuda, o cuando dice el refrán:
Suelen por hijas venir
a los padres tantos males
que en menos tienen sufrir
verlas temprano morir
que esperar a trances tales,
porque la hija que está
sepultada en la niñez
bienaventurada va
y a sus padres no dará
trabajos en la vejez.
El morisco, por otro lado, además de
conservar celosa memoria de sus linajes y genealogías seguían en todo la
organización patriarcal islámica, pero pese a lo severo de su trato y al
estatuto inferior de hijos y sobre todo, de hijas y mujeres (para ellos, las
mujeres fuera del hogar, significaban muy poco), celebraban con fasto los
acontecimientos familiares, tales como nacimiento y bodas, tanto dentro del
Cristianismo cuando convertidos, como al Islam antes y después del hecho.
Tanto de Moro y Morica
como mimbres en mimbrera
y juncos en la junquera.
Es tal, por tanto, la consideración que la
mujer podía tener en el romancero morisco respecto al romancero cristiano que
no solo era ensalzada en aquellos fastos donde la vestimenta y la ornamentación
lo permitían:
Y la morisca tendera
que solía fregar platos,
saca barretas de plata
en los chapines dorados,
con gran vestido de seda
collaretes extremados
y gran cadena de oro
eslabones esmaltados.
(Durán II, páginas 190-192)
Mientras que en el romancero cristiano
existía un rechazo general contra el embellecimiento artificioso de la mujer, contra
los caros ropajes y su exhibición pública, (seguramente por el miedo del varón
a arruinarse o a perderla):
No es posible que uno pueda
dejar lo que Dios le ha dado
porque vestida de seda
la mona, mona se queda
aunque fuese de brocado.
Así, la mujer cristiana se defiende de las
acusaciones de los moralistas y refraneros, afirmando que se acicala para no
perder al marido y ha de saber éste que, si no pone freno, será él quien pierda
a una mujer que se pinta y arregla para atraer a otros hombres, pues sabido es
que, diga lo que diga, la mujer se adorna para salir de casa.
Tal es el rechazo en la sociedad cristiana al
embellecimiento artificioso que aparece en numerosos romances con descripciones
detalladas intentando reflejar esa condición: “Moza galana, calabaza vana…”
Por otro lado, se esfuerzan en la lectura
moral de que toda doncella aprenda a elegir sus amistades y acompañantes,
puesto que “Dime con quién andas, decirte he lo que haces o Dime con quién
vas”, incluso en esa costumbre de los cortesanos que besan y toquetean a las
damas al ayudarlas a montar y los villanos también –siempre que la moza lo
consienta y dentro de sus posibilidades- para no hacer el ridículo, pues “Quién
carga y no abraza, corrido sale a la plaza”:
Cuando la ayuda a cargar
el mozalvillo a la moza
procura de la abrazar
y ella no toma pesar
porque la abraza y retoza.
En la sociedad morisca se cuida mucho más
esos aspectos, mantienen el trato y alaban a la mujer en sus aderezos y
adornos.
En los moriscos, era una costumbre muy
determinada en su cultura el gran valor dado a su indumentaria, a los adornos y
a las joyas como característica de su personalismo. Así sucedía con el uso
simbólico del color en la indumentaria para la expresión de los estados
anímicos, algo que no hacían los cristianos. Los colores utilizados por héroes
o heroínas moros como el morado, verde, amarillo, azul, leonado, pajizo, negro,
blanco, naranja, rojo, pardo, dorado y plateado tenían un significado según el
contexto –siempre relativo al sentimiento amoroso- en el que se utilizaban:
Porque salió de amarillo,
que es color desesperada,
azul que denota celos
morado, que muere el alma.
(Fuentes III)
Aparece el amor. Ese análisis de la pasión
amorosa, el tema del bien pasado frente al mal presente, el dolor de la
ausencia, la fidelidad del amante, ese retrato del ser amado, que constituirá
una doctrina sobre la belleza y el amor.
En todo romance morisco se narran las
aventuras y desventuras amorosas de sus anónimos autores, constituyendo la
poesía de una edad “chismográfica” en oposición a la heroica de su precedente,
el Romancero fronterizo. Aquí no hace falta poner de relieve el heroísmo de los
individuos o de las colectividades sino centrarse en ese tema sentimental donde
el caballero aparece adornado de las más altas cualidades: nobleza de espíritu,
fidelidad y lealtad a su amada, valiente y esforzado en las competiciones
deportivas. Será, sin duda, una rivalidad en hechos de trascendencia amorosa y
no en hechos de carácter bélico, el eje que lo definirá.
De esta manera, los nuevos romancistas
aprovecharán para narrarnos las desgracias amorosas suyas o las de las personas
a las que quieren halagar o servir, pasando fácilmente a la invención de los
hechos si el romance se escribe para ser impreso.
Por otro lado, ocupará parte central del
Romancero ese sentimiento amoroso que se desarrollará dentro de la sensibilidad
y tópicos literarios de la época, de manera que el generó se convertirá, en
virtud del tratamiento que reciba este tema amoroso, en un crisol de las
distintas corrientes que confluyen en la formación de la lírica amorosa del
XVI.
Ya en la poesía cancioneril cristiana del
siglo XV, incluso un poco antes, el amor “vive en un estado de antítesis
paradójicas” y en otros, se manifiesta con crudeza frente a la viudez, la
primera manifestación amorosa. Ejemplo este romance de la sociedad cristiana:
Dicen que no hay tal amor
como fue el amor primero
porque tiene más sabor
y comienza con hervor
lo que no es en el postrero.
Está claro que en el romancero morisco el
sufrimiento y el desamor son elementos claves en una gran mayoría de romances,
ya que ese sentimiento en el morisco no tiene un carácter de gozo y alegría
como puede suceder en el cristiano sino de pena y sufrimiento:
Y no más, mi dulce alcalde
no seréis más mi cautivo
(Fuentes VI)
Los mayores imposibles
amor deshace y allana,
porque es como el rayo fuerte,
que lo más fuerte quebranta.
(Fuentes XI)
Por eso, los moriscos prefieren el llanto,
las lágrimas, los suspiros que conforman ese amor-tristeza proveniente del
petrarquismo y que encuentra una gran resonancia en la lírica renacentista.
El desamor o el desdeño en sus amantes ocupan
numerosas páginas de esta manifestación como ese elemento representativo de la
huida del amante desesperado en busca de la soledad de las montañas y su
penitencia amorosa lejos del mundo civilizado, tópico que logrará ocupar
páginas enteras de la literatura del otoño de la Edad Media.
Mientras, en la sociedad cristiana, la mujer
sigue ocupando ese plano secundario, vilipendiado y sarcástico la mayoría de las veces y así se romancea:
Quien mira en estos primores
dicen que en comer y amar
las sopas y los amores
los primeros son mejores
porque es dulce el comenzar,
en
ese intento de resaltar a la segunda mujer (viuda) en lugar de a la primera
esposa (“La primera mujer, escoba y la segunda, señora”)
En el Romancero morisco tiene alta cabida las
manifestaciones del sufrimiento amoroso en ese lamento por el bien pasado y el
mal presente. En muchos casos, la morisca viuda se queja profundamente por la
pérdida de su marido:
Llora su pérdida y daño
y la gloria ya pasada
en la memoria presente
para hacer mayor la falta.
(Fuentes VI)
En esa huida del amante desesperado que antes
citábamos se encuentra esa escena en la que Aliatar se destierra
voluntariamente de Ocaña por rivalidades con los parientes de su amada, y se
refugia en un monte silvestre dispuesto a morir o a ser aceptado por ella.
La frustración amorosa, que tiñe de tragicismo
la vida de los personajes, es el tema más frecuente de los romances moriscos.
La no correspondencia en el amor se manifiesta a través del desdén y los
personajes desamados se explayan en una serie de quejas y reproches.
Ya en la poesía cancioneril del siglo XV el
amor “vive en un estado de antítesis paradójicas”. De la misma forma se
manifiesta en la lírica culta del siglo XVI, donde es muy frecuente la
antítesis “fuego/hielo”:
Los miembros yertos y fríos
Abrasa en ardientes llamas
Dando en esto clara muestra
Que ella en las de amor se abrasa.
(Fuentes VI)
Mientras que en el Romancero cristiano es muy
común la referencia a la viudez de la mujer, “liberada del marido”:
Deja el difunto marido,
la mujer rica y hermosa
de quien vivo fue querido;
queda algún rato llorosa
y él presto queda en olvido.
No así, en el romancero morisco donde hay una
frustración amorosa y un deseo de muerte para complacer a la amada, aspecto que
ya apareciese en la poesía provenzal, de donde se pasa a la poesía popular de
los siglos XV y XVI y a la lírica culta del XVI.
¡Oh¡ cómo tendrán mis huesos
la tierra por blanda cama,
si ha de valer mi muerte
para vivir descansada.
(Fuentes IV)
A modo de conclusión diremos que la
visión amorosa del Romancero morisco procede de la conjunción de todas las
corrientes que forman la lírica amorosa del XVI: una visión idealizada del
amor, cimentada sobre un anhelo de belleza y sufrimiento, que procede
fundamentalmente del petrarquismo y neoplatonismo.
Las damas del Romancero morisco se distinguen
por su convencionalidad y recuerdan a las cortesanas renacentistas.
Principalmente sobresale la belleza, y aparecen como seres casi inaccesibles.
La génesis de la dama mora se produce por la interacción de dos tradiciones: la
oriental en la que la mujer se halla recogida y apartada del mundo exterior y
la europea medieval, que tiene su origen en el amor cortés y se manifiesta en
los cancioneros del siglo XV y en la novela sentimental.
La dama mora es vana, veleidosa e interesada.
Lo que más le importa es el status social del caballero. Por otro lado, la
descripción física femenina es poco frecuente aunque hay algunos romances que
exaltan la hermosura que la mayoría de las veces se trata de una descripción
física convencional aplicable a la mayor parte de las mujeres moras:
Tiene Fátima en los ojos
Paraíso de las almas,
Y son sus rubios cabellos
Del rico metal de Arabia,
En cuyos lazos anuda
Las almas más libertadas.
(Fuentes II)
Está claro, que la mujer es, en el trato, la
que provoca más refranero y forma parte de esa cultura social de todas las
civilizaciones.
Es curioso, el contrasentido que apreciamos
en la definición exterior del prototipo de la mujer morisca en cuanto a sus
rasgos físicos. Curiosamente las damas moras y por ende, las moriscas, se
describen detalladamente como rubias y de piel blanca, lo que supone una
transposición de la convencional belleza española al mundo árabe. En ello, está
la clara apreciación que tiene el moro granadino y luego el moro español en
cuanto al desprestigio que podría suponer el color oscuro de la piel para su
dignificación social.
Ojos claros, cejas rubias,
al vivo se le presentan,
lanzando rayos los ojos
y flechas de amor las cejas.
(Fuentes VI)
El hecho de ser morena desmerecía en una dama
morisca, tópico que se halla en el Cancionero Popular. En el romance “Después
que con alboroto”, tras elogiar la belleza de Fátima y Jarifa, ambas rubias y
de piel blanca, se compara a Zara con ellas:
Y aunque en su comparación
es algo morena Zara,
en discreción y donaire
a las demás se aventaja.
(Fuentes II)
Las damas deben someterse a la voluntad de su
padre o del rey y se comportan como las cristianas, aunque en algunos casos las
diferencias sólo quedan en el romance.
Si en las moriscas, la mujer es tratada con
el cuidado de su rango y su status familiar en muchos casos, alabando su
belleza y cuidando su pudor, en las cristianas hay mucha rigurosidad en la
educación de la niña, por cuanto debe acostumbrarse a hablar poco, sólo cuando
se le pregunte y en voz baja, y a no reír a carcajadas; tendrá los ojos fijos
en el suelo, no mirará a los demás a la cara, no jugará con niños ni aceptará
nada que le den ni, sin permiso de la madre, jugará fuera de casa; no está bien
que diga mentiras ni que pase las horas en la ventana para ver o hablar con
quien pase por la calle pues como dice el refrán:
Hay otra señal muy cierta
de ser liviana la moza:
Estar cubierta y descubierta
en la ventana o a la puerta
y que con todos retoza.
Y lo que de ella se espera
es lo que dice el refrán:
Que la moza ventanera
ha de ser puta y parlera
con cuantos vienen y van.
Curiosamente el balcón aparece como elemento
fundamental en la arquitectura moruna, tanto como elemento estructural de vital
importancia decorativa como aspecto significativo en la estructura temática de
su Romancero. Por ejemplo, la dama mora tiene una actitud pasiva –bordando en
sus aposentos, asomada a su balcón, siempre esperando- frente a la actitud activa
del caballero, que participa en las fiestas y cabalga arrogante por la ciudad.
En el Romancero morisco el balcón, ventana o mirador, se convertirá en un
tópico recurrente, pues a través de él se comunican los amantes, y desde él las
damas, siempre en espacios interiores, observan el mundo exterior. Cuando se
asoman, no estarán tan mal vistas como las cristianas del romancero medieval.
Cuélguense todas las calles
de brocados, varias sedas,
no quepan en los balcones
damas, que salgan bellas.
( vv. 22-25. 107)
Ventana, divino cielo,
en cuyas hermosas verjas
vi cautiva mi esperanza
que mi libertad espera.
(Fuentes IX)
Por último, quisiera hacer referencia al Maestre
de Calatrava como ese personaje cristiano que aparecerá con más frecuencia
en el Romancero morisco.
Aunque los testimonios históricos del Maestre
son muy escasos si los comparamos con los que nos ha dejado el Romancero
general: una de sus primeras aventuras fue el ataque a Ciudad Real- no siendo
aún vasallo de los Reyes Católicos-, donde saldría vencedor y matará a sus
oponentes, sí que en los romances moriscos la figura de este personaje
histórico aparece como el símbolo de la valentía y con él medirán sus fuerzas los
Abecerrajes (Fuentes IV). El Maestre y sus hombres son considerados como los
mejores adversarios guerreros, por tanto entre los moros no puede preciarse de
buen guerrero el que no haya vencido al Maestre.
Hay dudas en el nombre del Maestre aunque
nosotros nos decantamos por Don Rodrigo Téllez Girón, el mismo que cantan los
romances cristianos:
¡Ay Dios, que buen caballero –el maestre de
Calatrava¡
¡Cuán bien corren los moros- por la vega de
Granada¡
Con su brazo arremangado –arroja la su lanza,
Aquesta injuria que hace - nadie osa
demandilla;
Cada día mata a moros –cada día los mataba,
Vega abajo, vega arriba -¡oh, como los
acosaba¡
El mismo personaje que en el Romancero
morisco se comporta de forma cortés con los moros, e incluso hace amistad con
alguno de ellos. El Maestre de Calatrava, en traje morisco, ayuda a su amigo el
moro Muza en el rapto de su amada Sarracina (Cuando las veloces yeguas- Fuentes
IX); el joven Maestre, “mallogrado mancebo”, muere en brazos de su amigo Muza,
y preocupado por la salvación de éste, le insta a que se convierta al
Cristianismo (Mira el cuerpo casi frío. Fuentes V).
Este Maestre de Calatrava, sobrino del
Marqués de Villena, el conquense Juan Pacheco, intervino en el hecho de
Fuenteovejuna y significó un importante papel en toda la Castilla manchega,
feudo de su Orden y recreo de sus avatares. Su vinculación a La Mancha le hizo
acreedor de grandes virtudes y su nobleza fue también resaltada por los propios
moros, tal como anteriormente se ha comentado, formando parte de romances de
ese Romancero morisco estudiado.
1.5. Un elemento satírico: los clérigos.
“Que puede un sacerdote desastrado,
un hombre pecador de poca ciencia,
absolber a
otro hombre del pecado
y con su autoridad dar penitencia
como si fuera Dios, sale librado
el penitente, pierdo la paciencia
en ver que en tal herror están
fundados
tales entendimientos y letrados.”
Para ellos, el sacerdote, que es el
intermediario más cercano de los fieles entre la jerarquía y ellos mismos,
aparece descalificado constantemente porque no entienden que deba de haber un
individuo que tenga que representar a los individuos ante Dios. Por otro lado,
dicen que es un ser interesado que vive de los propios fieles:
“…les apodera
De cera, roscas, bino y aun dinero
A costa de la viuda y jornalero.”
¡Se creería oír al Lazarillo hablar de su
segundo amo, el clérigo de Maqueda.
Y que regalo es para el sacerdote la
celebración de la misa, con buen vino y buen pan:
“Es solo en beneficio desta misa
para el clérigo u fryle que la dice
que se come a su Dios y con gran priesa
bebe su sangre y que perdone dice
el sacrificio que con juego y risa
es justo lo celebre y lo solenice
que con flor de harina en buen molino
abastece su cuerpo y con buen vino.”
Por eso critican el matrimonio de los
clérigos pero no por el propio hecho de llegar al matrimonio sino por la
contradicción que supone la propia crítica que ellos mismos llevan a la
práctica. Por otro lado, para ellos los curas llegan a pecar con sus penitentes
en el curso de la confesión por sus constantes abusos donde la mujer aparece
vilipendiada. Todos estos elementos forman parte de su Cancionero y lo
idealizan y ponen claramente de manifiesto, primero en sus manuscritos
aljamiados como el V-7:
“Laç çuç muyereç ke por razon de qonfiçion
çe van a loç monaçterioç de los frayleç e a laç egleyeyaç; e loç abadeç e
qapelyaneç k-eç de guiza ke deçke çe apartan de qonçuno a la qonfiçion an-ke
muchoç d-elyoç e la mayor parte de loç retienta Alxaytan. I en lugar de aliviar
de çi loç peqadoç encargan çobre çi de quada dia maç peqadoç e peqan
mortalmente”.
En los lugares de la Mancha donde se
afincaron moriscos después de la rebelión de las Alpujarras provocaron
numerosos altercados y fuerte polémica en su relación con los curas.
1.6. Fórmulas propias del Romancero
morisco.
En el Romancero morisco hacen aparición una
serie de fórmulas coloquiales propias más de ese vocabulario oral de
comunicación que de escritos cultos con intencionalidad. Esa fraselogía oral –
muy bien estudiada por Amelia García- se expresará a través de diferentes giros
con uso de proposiciones destinadas, sin duda, a un oyente determinado.
Por otro lado, hay una serie de fórmulas
coloquiales de carácter afectivo, en las que se reiteran los términos a
destacar como es el caso de los ojos, del alma, de las entrañas, etc. Y con las
que los enamorados expresan mejor sus sentimientos:
- “dulce amiga de mis ojos.”
- “Adalifa de mi alma.”
- “dulce prenda de mi alma.”
- “dulce esposo en mis entrañas.”
En sus enfrentamientos, celos y
animadversiones, aparecerán las fórmulas maldicientes que en la mayoría de los
casos se dirigen al amor y el desamor, como sabemos elemento clave del
Romancero morisco.
Mal haya el amor cruel,
que flexando el arco cierto
traspasa de un solo tiro
vasallos y reales pechos
(vv. 15-18, 3v, Fuentes II)
Por último, en este romancero el refrán se
hace habitual como fórmulas sentenciosas, como frustración amorosa o como
expresión irónica.
“El amor hace locos a los cuerdos y sabios a
los necios.”
En La Mancha era común el refrán y los
moriscos, muy dados, a ironizar aprovechaban estos giros léxicos para su uso
común.
En su ataque a los curas y en su polémica
cristiana, abusaban de expresiones que fueron luego aprovechadas contra ellos
en los procesos inquisitoriales:
- “Tenía tanta hambre que se comía a su
Cristo por los pies.”
- “Está más duro que el cogote de su
Cristo.”
- “El cristiano es lerdo y engaña un
poco,
a la Misa no va porque está cojo,
pero a la taberna va, muy poco a poco.”
1.7. El refranero popular
castellano se enriqueció con los moriscos muy dados a parafrasear para dar a
entender a los suyos hechos o prácticas que con doble sentido, no fueran bien
entendidos por los cristianos.
Hay muchos refranes que surgieron de su convivencia
en tierras manchegas durante el tiempo que se mantuvieron pacíficos. El
castellano los recogió y los incluyó en su propio refranero, básico en ese
lenguaje coloquial que se ha mantenido hasta nuestros días:
- “En la Mancha, el año consta de nueve meses
de invierno y tres de infierno.”
- “En los cristianos, entre santa y
santo, pared de cal y canto.”
- “Los curas, en la iglesia la oración y
en la cama la función.”
- “El buen cristiano dice, lo mío es mío
porque así lo manda Dios; y lo tuyo de los dos.”
-“El trigo tardío no alcanza al
temprano, ni en paja ni en grano.”
BIBLIOGRAFÍA DE APOYO
Aguilar,
Gaspar de: Expulsión de los moros de
España por la S.C.R. Majestad del Rey Don Felipe III. Biblioteca Nacional.
R 12.484. Madrid.
Alvar,
Manuel: Granada y el Romancero.
Granada, 1956.
Arco,
Ricardo del: La sociedad española en las obras dramáticas de Lope de Vega.
Madrid, 1942.
Artigas, Miguel: D.
Luis de Góngora y Argote. Biografía y estudio crítico. Madrid, 1925.
Boronat y Barrachina, P: Estudio españoles y su expulsión. Estudio
histórico y crítico. 2 volúmenes. Valencia, 1901.
Bunes, Miguel Ángel de:Los moriscos en el pensamiento histórico. CÁTEDRA.
Madrid, 1983.
Caro Baroja, Julio: Los moriscos del reino de Granada. ISTMO.
Madrid, 1976.
Carrasco Urgoiti, S: El moro de Granada en la literatura. Madrid,
1956.
Correas, Gonzalo: Vocabulario de refranes y frases proverbiales.
Madrid, 1924.
Danvila y Collado, M: La expulsión de los moriscos españoles.
Madrid, 1889.
Durán, Agustín: Romancero General, I, II, en B.A.E., X, XVI
Fernández y G. Franc:De los moriscos que permanecieron en España
después de la
Expulsión decretada por Felipe III,
de Revista Española XIX. Madrid, 1871.
García Valdecasas, A.: El Género
morisco. Fuentes. UNED. Valencia, 1987.
González,
Tomás: Censo de población de las provincias y partidos de la Corona de
Castilla en el siglo XVI. Madrid, 1829.
González
Palencia, A:Cervantes y los moriscos, en Boletín de la Real Academia,
XXVII. Madrid, 1947.
Hurtado,
J:Historia de la literatura española, 6 edición. Madrid, 1949.
Janer,
Florencio: Condición social
de los moriscos, causas de su expulsión, y consecuencias que ésta produjo en el
orden económico político. Madrid, 1857.
Lapeyre,
H.: Geografía de la España morisca. París, 1959Levy Provenzal, E.: Moriscos,
Enciclopedia del Islam. Leydem, 1936
Longas, Pedro: Vida religiosa de los
moriscos. Madrid, 1915.
Mármol Carvajal, Luis: Historia de la
rebelión y castigo de los moriscos del reino de Granada. B.A.E. XXI.
Martínez
Ruiz, J.:Léxico de origen árabe en documentos granadinos. Revista de
Filología Española XLVIII. 1965.
Fuentes inéditas del léxico
hispano-árabe Revista de Filología Española.
La indumentaria de los moriscos, según Pérez Hita y los
documentos de la Alambra. Cuadernos de la Alambra.
1967
Pignos,
J.:Una Geografía de la España morisca. Cahiers de Tunisie, 14. 1966
Ramillete
de flores. Quinta parte de flor de romances, recopilados por Pedro de Flores.
Lisboa, 1593.
Ribera,
Julián: Manuscritos árabes y aljamiados de la Biblioteca de la Junta. Madrid, 1912.
Instancias para la expulsión de los
moriscos. Barcelona, 1612.
Valencia,
P: Tratado acerca de los moriscos de España. BNM. Mss. 8.888
Villegas,
Antonio de: Historia del Abecenrraje y la hermosa Jarifa, en B.A.E. III
Vincent,
B..: La expulsión de los moriscos del
reino de Granada.
Anales de Demografía Histórica. Melanges de
la Casa de Velásquez. 1970.
Vilar,
Pierre: El tiempo del Quijote. Historia de España. Crecimiento y desarrollo.
Madrid, 1974.
* Todas las referencias de FUENTES están tomadas de: Las
Fuentes del Romancero General de 1600. Edición de A. Rodríguez Moñino. Fuentes de la I a la X. Recopiladas
por Rodríguez Moñino.
Miguel Romero Saiz
Doctor en
Historia
Académico
Correspondiente de la Real Academia de la Historia
Cronista
Oficial de la ciudad de Cuenca